2009-01-29

La hora del Dia

El crepúsculo se apodera de la agonía de los miserables, ese tiempo del día donde lo maligno se revierte en las laderas de lo cotidiano. Como despiadado cuchicheo, un ronroneo se disipa y constriñe los nervios, los cuales se incrustan en el cuerpo, circulan por la sangre y estremecen la piel, desplegando vellos y haciéndolos vividores del dolor que alberga el alma.

Oscuro se convierte el espacio, alusión al entierro del sujeto,

Como caverna entre la tierra que se alterna a la sensación de asfixia que debe vivir el que se entierra en vida, por no contar con aire puro y un respiro que asegure su existencia.

Quizá, mas inaguantable la posibilidad de acompañarlo, ahí donde se alcance a respirar el olor putrefacto de carne en descomposición, mas múltiples insectos que se insertan en el cuerpo devorando aquel cuerpo. Intente respirar teniendo ese hedor a su lado y dígame si no parece la sensación de nausea que se constriñe para una posible expulsión de vomito desde sus entrañas.

Esa es la sensación que acompaña al hombre en tiempos inconfundibles del día, conjugado con el desespero previo antes que se inaugure un nuevo crepúsculo, toda esa resonancia de emociones que no logra tolerar, que intenta olvidar u omitirlas. Pero como olvidar aquello que reside en el cuerpo, como la posibilidad de la existencia, limítrofe a la muerte y con evidencias para la vida, aquella sensación que en realidad hace caso omiso a esa hora del día.